jueves, 3 de septiembre de 2009

lo maté porque era mío

Raptado por las marismas de la creación, Miceli se fue volviendo intangible para todos, inclusive para mi que, de una forma u otra, SOY MICELI.
Tal vez todo comenzó con aquel primer autorretrato de metal. A medida que lo construía, Miceli se miraba en el como en un lago. Hecho todo de latas de danish cookies, el autorretrato a medida que crecía, suspiraba.

Suspiraba por sus fauces hechas con ortodoncias y dientes postizos. Suspiraba a traves de sus brazos que eran espadas Thundercats. Suspiraba por sus aletas y sus branquias. Y al hacerlo, sus orejas de Dober-Man apuntaban al cielo enloquecidas.

Una noche maldita, el autorretrato (MOTORMAKER!) estuvo terminado y finalmente con sus ojos de muñeco le devolvió la mirada a Miceli. El no supo bien que hacer y sintió sus mejillas entibiándose con candor. Entonces se besaron largamente. Fue un beso helado, completamente falto de pasión: un beso inevitable. Un beso que unia de modo contra natura la boca humana de Miceli con los tremendos labios de metal y porcelana de Motormaker.

El autorretrato no perdió su oportunidad: era la única. Con un amor imposible de sentir, succiono todo lo que pudo. Dicen que Miceli profirió gritos aberrantes, que dijo cosas que no deben jamás ser dichas, que aulló como un perro loco mientras Motormaker le chupaba el alma.

Así, de una manera simple pero atroz, el autorretrato usurpo el cuerpo de su creador y entro al mundo de la carne. Fue extraño al principio, pero luego se fue acostumbrando. Movió sus manos, pestañeó con parpados de verdad. Dio unas vueltas sin sentido mirando lo que había sido el mismo: una construcción de metal y nylon.

Luego escribió en un papel:

LO MATE PORQUE ERA MIO



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